Zdislaw Belksinski |
Esta semana tuvimos el horror de contemplar el estado deplorable en que se encuentran las Universidades en el país. Hieren las imágenes por muchos motivos. Una Universidad es una segunda casa para todo aquel que una vez transitó por sus aulas. Allí se aprenden las destrezas y conceptos de lo que será un oficio para toda la vida, se termina de moldear el carácter, se entiende sobre las primeras posiciones políticas y la importancia de ser ciudadano, se cultivan las mejores amistades y sobre todo se ama al conocimiento y los libros. Sin Universidades no hay cultura, ni arte, ni debate de ideas ni raciocinio. Sus bellas instalaciones, sus jardines, teatros, anfiteatros e instalaciones deportivas invitaban a permanecer por largas horas del día. Siempre había algo en qué participar, siempre estaban los libros y los profesores para consultar y resolver inquietudes del pensamiento. La belleza y la armonía producen gran placer, así como la destrucción y la basura producen repulsión, vacío y dolor.
Plantea Freud en su profunda obra sobre los procesos anímicos, dos principios: el principio del placer y el principio de realidad, los cuales se conjugan de diferentes maneras según las edades y disposición psíquica para dominar las acciones y pensamientos de las personas. Sin placer el joven no quedará seducido por el conocimiento. Enfatiza Freud que el placer al manifestarse en el conocimiento conduce a la libertad frente a la dogmática impuesta por normas sociales. Sin placer no hay conocimiento, no hay libertad, no hay evolución ni progreso. Solo tropezaremos con la repetición y la aceptación irreflexiva de consignas. Para ir en contra de la vacuidad y el hedonismo que nos mantiene perplejos, desarmados y vacíos es primordial dedicar largas horas de nuestra existencia al conocimiento. Sin Universidades y sus espacios placenteros desaparece de la Nación la posibilidad de cualquier evolución.
Los que pasamos gran parte de nuestra juventud en los ambientes universitarios conocemos y recordamos el placer que causaban cada una de las actividades que emprendíamos con nuestros amigos dentro de sus recintos. Desde el simple acto de sentarse en un pupitre a escuchar y debatir con los profesores a quienes respetábamos y admirábamos, hasta el actuar en una obra de teatro o nadar en una piscina. Algunos tardamos mucho en poder abandonar esos enganches, así que fuimos de postgrado en postgrado, no solo para aprender, sino para mantenernos embriagados de una apasionante aventura juvenil en total libertad. Un placer que hace gozosa cada una de nuestras acciones, une con los otros, perfecciona la vida que tenemos que emprender con autonomía y entusiasmo. Lección que ya nos había dejado explícita Aristóteles. Una juventud sin posibilidades de estas experiencias, es una juventud truncada en su existencia. Un régimen totalitario conducido por seres ignorantes y crueles destrozan lo mas preciado de las personas desde sus cortas edades. Eso si no dejan vivir, pero se hacen cruces de espanto cuando se habla de control de la natalidad o del aborto. Moralina hipócrita, desatino histórico.
Los que disfrutamos de los ambientes bellos cálidos tenemos que rechazar profundamente a todas aquellas orientaciones políticas, sociales, culturales y económicas que son contrarias al devenir vital conquistado por la civilización. No importa el ropaje con el que se disfrazan ni el enjambre conceptual con el que se justifican, si coartan la libertad no son ni éticos ni estéticos y nos resultan repulsivos. Nuestras Universidades eran obras de artes, expresión de lo mas avanzado de nuestra civilización, maneras de contemplar nuestra realidad con visión poética, apuestas por el porvenir y el bienestar. Nuestra mejor forma de honrar la libertad. Duele como nos duele el país.
Extraordinario, Marina querida. Una maravilla. Gracias por escribirlo!
ResponderEliminar