Josephine Wall |
El ser humano es naturalmente muy inquieto, está buscando siempre algo sin saber qué busca. Se sabe insignificante e inhábil para defenderse en un mundo que le resulta hostil por la competencia con la que necesariamente se tropieza para poder destacar. Como la mayoría somos seres comunes y corrientes y queremos de alguna forma resaltar comenzamos a desarrollar conductas estrambóticas con la única intención de atraer las miradas de los otros. Esas conductas son, por lo general, muy exageradas y apoyadas en alguna habilidad propia o bien en tendencias del momento. Es así como no nos tatuamos una florecita en un hombro sino convertimos nuestro cuerpo en un cuaderno de primaria. No nos colocamos un piercing, sino que nos clavamos pinchos en cualquier borde que descubramos. Pasan de moda esas tendencias y queremos que desaparezcan estas señas de los necios que fuimos. Porque los seres humanos, en su mayoría, desfilan en las largas hileras de los necios y se conjuran para acabar con la vida y los logros de los pocos “sabios” que de vez en cuando nos regala la vida.
Hay épocas en las que predominan los necios y todo da señales que estamos sufriendo una de ellas. Así que presenciamos y padecemos muchos desmanes. Extremos, voracidad del todo o nada, desprecio por lo construido y por los límites necesarios. Libertad, justicia, fraternidad, igualdad, todo sin límites, sin distinciones ni anclaje en significados simbólicos. Simples conductas en donde están excluidos los otros y las molestias causadas. Un mundo de necios es un mundo en peligro de extinción. No interesa sino la exagerada voracidad que despliegan, traga y tragan con el agravante que la saciedad nunca es alcanzada. Así vemos a obesos moviendo sus antiestéticas figuras y burlándose de aquellos, también necios, que confiaron alguna vez en ellos. El mundo y sus dinámicas se volvieron repetitivas y aburridas. Con diferentes expresiones culturales el espectáculo no es más que expresiones grotescas de necios destructores.
Estar en manos de necios es aumentar el malestar mundial, es hacer de la angustia el estado emocional perpetuo. Trampas simples y poco elaboradas donde los millones de necios tropiezan una y otra vez sin capacidad de aprendizaje. Pero de vez en cuando surge un ser que se sale de las batallas pragmáticas de captores de miradas, se dedica a pensar, a pensarnos, arroja sus conclusiones y preocupaciones sobre el mundo de los necios. Por esta razón es perseguido con metrallas para siquitrillarlo. No les interesa, en primera instancia, un mundo simbólico, ordenado, con límites y carencias. No pueden oír hablar de desigualdades en lugares y responsabilidades. Nada que entender sobre malestares y renuncias. Eso que llaman detenerse un tiempo, rectificar, conocerse, buscar los deseos propios, desarrollar alguna destreza y trabajar lo consideran propio de viejos que se quedaron estancados en modelos de vida que ya caducaron.
La democracia rotó como lo exige su naturaleza y en esas volteretas cayó en las manos de los necios que se conjugaron para destruirla. La ley circular fue vulnerada y el poder se perpetuó en uno de los expertos exponentes de la necedad. Si, porque el necio es perverso, goza con esclavizar a los suyos, al resto de los seres que viven en el mismo sitio. Buscando una libertad sin límites los necios encontraron su propia destrucción, se destruyen lentamente solo que no tenemos paciencia para verlo. La democracia se tropezó con uno de sus monstruos, un poder antidemocrático que la niega, que acabó con sus pilares de sustentación, las instituciones y con su principal ley, la alternabilidad. Los necios surgieron del propio marco de la soberanía democrática.
Jhon Kennedy Tool escribe en 1962 su obra “La conjura de los necios” que es publicada póstumamente por la insistencia de su madre y recibe un premio pulitzer, fue un éxito editorial, apareció en las listas de libros más vendidos en muchos países. Es un libro interesante, que más allá de las anécdotas hilarantes que su protagonista Ignatius va generando, la novela hace un despediado retrato del género humano y sus miserias. Jhon trata de que le publiquen su novela y es rechazado por diferentes editoriales, creyéndose fracasado pone fin a su propia existencia. Él mismo termina siendo una víctima de la conjura de los necios. Estamos siendo víctimas de la conjura de los necios, por ello es propicia su lectura en estos momentos, un libro que relata este mundo que hoy sufrimos en su máxima expresión.
En algunos casos, como le sucede a Ignatius, hasta la fortuna es necia
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