24 de noviembre de 2020

Silencio

 


Justina Kopama

¿Cómo despide uno un año tan lleno de calamidades? ¿De qué manera le desea a los amigos felices fiestas? Infundir ánimos para un año entrante, que comienza pronto, se me antoja como una especie de locura. Volver a repetir nuestras desgracias como un perverso recordatorio de dolores, es un sinsentido. Dar consejos y expresar deseos es como un ejercicio baladí de juegos de palabras. Decidí que lo mejor o simplemente lo que quiero es guardar silencio. Estar callado un tiempo puede ser tan beneficioso para el que habla como para el que escucha. Estamos bajo tiempos de mucha tensión, se me ocurre, demasiado ruido y de muchos discursos repetidos y cansones. Tanta realidad avasalla y más cuando golpea inmisericorde a seres famélicos y agotados. Un batallar perdido en colas para abastecerse de lo indispensable. A lo mejor en silencio comienzan a pronunciarse otras voces que añoro escuchar, las de esos personajes que poblaron mi vida en tiempos mas amables. A lo mejor.

No es un silencio derrotado, no se confundan. Se trata de un silencio de observación, de contacto íntimo, de convocatoria de fuerzas de búsqueda de sosiego. En enero volveremos a nuestras letras, análisis y deseos, que transmitan nuevas combinaciones demandadas por distintas realidades. Es que tengo la certeza que algo esencial se me escapa. Como una roca fantasma, enorme, resistente y terca que impide a toda costa que se asome un porvenir preñado de palabras con significado, ordenado, donde cada cosa lleve su nombre, en donde podamos hablar y entendernos. Donde nombremos para avanzar en conocimiento y no etiquetemos para detenernos. Al etiquetarnos en categorías vacías nos estamos vaciando de lo esencial, y tengo la entrometida intuición de que ha sido parte de esta roca fantasma que no nos permite vislumbrar lo más esencial. ¿Quiénes somos? ¿Qué queremos?

Este tope que se presenta como una imposibilidad, lo que siempre se escabulle a ser captado en la nominación, es lo que mantiene activo el pensar en su afán indagatorio, pero basta por un tiempo, dejémoslo allí tranquilo en su misterio, por un tiempo corto, mientras recobramos el aliento e invitamos al silencio. Decía Heidegger que es el momento de acercarse al ser que la cultura occidental ha ocultado denominándolo. Uno se acerca al ser guardando silencio. “un ser que se da y habla, en y desde el silencio”. ¿No será por ello que comienza a nombrarse a los poetas? El poeta es el que está más cercano a lo esencial, el que mejor capta lo que a mi se me esconde. El poeta “se ve obligado a un decir que solamente es un nombrar en silencio” Se me ocurre que ahora deben hablar los que no nombran, los poetas.

Transitamos una palabrería, pero totalmente exenta de lógica, de allí la sensación de no poder entender. ¿No será más adecuado abordarla sin palabras, romper nosotros también el molde de la razón, de una lógica que nos aprisiona como una chaqueta de fuerza? ¿Es que acaso a lo que carece de lógica se le puede entender desde la lógica? Da vértigo, es como asomarse a la locura. Borde que no es tan difícil traspasar cuando todo conspira empujando. No se trata de una invitación a lo ilógico, se trata de una invitación a un nuevo abordaje del logos, es una especie de repensar por lo que vuelvo a invocar a los poetas. Ellos manifiestan que el leguaje se le impone, que las metáforas asaltan; la belleza no es producto solamente de la meditación, como lo puede ser un sistema filosófico, también brota de la asociación libre que puede ordenar una vida mas acorde con lo humano y el empuje vital. También y sobre todo es, la belleza, la irrupción de la metáfora, la hermosa expresión que sugiere pero que no atropella a la cosa.

Será grato el reencuentro en el 2021 siempre hacen falta. 

17 de noviembre de 2020

Saber perder

 



El niño pequeño, rey del Universo, el perverso polimorfo, salvaje, gracioso pero insoportable, reclama a gritos ser educado para poder ser insertado en un mundo de convivencias. Ese mundo comienza con la familia, donde suelen haber otros seres humanos con sus obligaciones y distracciones particulares. El niño comienza a ser ruidos, a hacerse el payaso, a llamar la atención de cualquier forma hasta que, si no logra su cometido, arma un berrinche. Estas conductas se ven como “normales” en un niño que está en etapa de ser formado, pero cuando se trata de un adulto, y más si es una figura pública, el espectáculo es bochornoso. Una de las realidades que están siempre presentes en la experiencia son las frustraciones que inevitablemente tenemos que sufrir, saber perder es un logro cultural esencial en la conquista de la civilización. El ser que no admite que en un mundo competitivo es esencial conocer de pérdidas, sufre heridas narcisistas y queda solo con su pataleta. Nadie soporta a un niño malcriado de 1.91 mts de estatura, con un peso de  108 Kg. (Por cierto con sobrepeso).

Ahora si el problema es debido a un montaje de ideaciones enajenadas de una realidad y sus reglas de juego, estaríamos en la presencia de un cuadro psicopatológico cuya sintomatología es el delirio y en no raras ocasiones alucinaciones. Extrañados de todo criterio objetivo se dedican a vociferar “fraude” y ponen a trabajar intensamente a otros para demostrar la veracidad o no de tales denuncias. Lo cierto es que si se trata de un presidente de una República la situación llega a ser realmente preocupante, perturban seriamente la armonía de dicha sociedad, siembran una duda, dividen las opiniones y levanta pasiones. A lo mejor es lo que se busca para poder torcer el destino. Esperan que algún evento violento cambie la situación con tal de conseguir lo que quieren. Domina el poder, ese objeto de deseo, el más oscuro y poderosos de todos. Pero la realidad es terca y se impone. Como muy bien expresó Ricardo Sucre Heredia en una entrevista, se “trata de un autoritarismo existencial, de tipo ontológico”.

Todos parapetos para evadir la valentía que requiere saber que no somos infalibles y que con tantas fallas inherentes debemos enfrentar la vida con sus conflictos propios. Un mundo en donde se hizo elogio al éxito, la felicidad, el triunfo, la riqueza desestimando la naturaleza fallida, frágil y débil que nos constituye. Hemos tenido al fracaso como compañero inseparable,  sobre todo en estos últimos tiempos. Tampoco es deseable pasar la vida solo viendo partir y alejarse las metas que deseamos alcanzar, golpeados constantemente contra las rocas de una realidad hostil que se nos ha venido petrificando y que no hayamos como esculpir para obtener bellas formas. Deprimidos como señal de recibo del fracaso no sabemos ver que esa olas que nos estrellan tienen las caras, pesos y tallas de estos titanes autoritarios y déspotas que llegaron a nuestras costas con la furia de un huracán. No solo es que no los vemos, sino que vociferamos delirantes reclamando su presencia.

Enfatizaba López Pedraza constantemente que fracasar es tan natural como acertar. Es una realidad a la que el deseo sirve de antídoto. El deseo por saber está alimentado de ese empuje hacia la vida para ser cada vez más acertados, pero nuestro estado psíquico deprimido nos hunde en una total desconfianza hacia nosotros y el país. En un desprecio que no está sino manifestando un “síndrome de sociedad culpable” diagnóstico al que arribó López Pedraza ya hace algún tiempo.

Tenemos que asumir, de una vez por todas, nuestra ciudadanía. Asumir nuestros fracasos, dejar las culpas que expulsamos fuera y asumir las nuestras. Ser amables con nosotros mismos y con nuestro país que alguna vez lo fue con nosotros. Saber perder y saber ganar es el legado que nos dejó el proceso educativo en una democracia hoy extinta.

10 de noviembre de 2020

Lo que no llegamos a ver


Honore Daumier

En el mundo de las apariencias nos quedamos, generalmente, con lo superfluo. Lo esencial no lo vemos y es por ello que los monstruos nos pasan por delante, nos susurran al oído, nos hacen morisquetas desde lejos y, simplemente, no los vemos. Si vamos un poco más allá pueden incluso deslumbrarnos y entonces comienza el verdadero peligro, iniciamos un juego seductor. Listo, la mesa está servida, el monstruo está aposentado, seguro, llegó el momento, entonces, de comenzar con los zarpazos. Nos agarró el primero y quedamos como náufragos, mojados, despeinados, abatidos y solitarios. Hicimos señas y gritamos en una orilla cualquiera, desvalidos rogamos clemencia y así tropezamos con un nuevo monstruo, proveniente de otras costas, con otro peinado, caminar y desparpajo.

Agarrados de nuestro monstruo los defendemos contra trocha y mocha. El que se atreva a levantar una mínima sospecha, el que me advierta que por lo menos feo es inmediatamente lo despacho con cualquier mote de moda para el desprestigio que, como sabemos, ahora es esa sombra que persigue portadora de todo mal, ese fantasma que arrastra una hoz y un martillo. No lo mencionemos para conjurarlos. ¿Y los monstruos? Muy bien gracias apoderándose de nuestros futuros y metidos en casa. Actuando con sigilo y dando zarpazos oportunos y certeros. Pero no los vemos porque nos distrae la opinión común y nuestros miedos ancestrales. Las pesadillas recurrentes en la tramitación de traumas, que en este caso se hizo colectivo.

Poseen diferentes disfraces o si quieren apariencias, unos se presentan con copete, otros con coleta que pueden recogerla en un moño, otros son portadores de verrugas y otros muy gordos, como mal hechos que exageran sus caras de bobos para informar a toda una nación que habló con un pajarito. Diferentes apariencias y parecidas son sus sombras (en la acepción de Jung). Seres resentidos, con sed de venganza porque, según su apreciación, el mundo no les otorgó lo que merecían. Ávidos desenfrenados de poder, sin ninguna vergüenza. Sin ley, ni contemplaciones caminan arrasando y destruyendo. América Latina rendida y ciega les va entregando las llaves de su destino de forma continuada y sin pausa. Solo el Norte pareciera haber dicho no, y el sur se lamenta, grita y se le alborotan los fantasmas. ¡Susto!

Mientras los psicópatas calculan bien sus estrategias para apropiarse de lo que pertenece a todos, esos expropiados y vaciados de porvenir se dedican a opinar sin darse el lujo de indagar, formarse y entender. Lo saben todo porque su mundo es sencillo o eres chicha o eres limonada, no hay para dónde coger. Ese pensamiento dividido en dos categorías que no argumenta porque no sabe pero siempre se muestra presto a la ofensa y la descalificación. No veo luz en esta noche cerrada, pareciéramos ahondar en nuestros abismos y cada vez mostrarnos más erráticos. Nuevamente me invade la tristeza por tanta lucha perdida. Un mundo cada vez más inmoral por su falta de justicia y juzgando a seres probos por su “incapacidad moral” o “corrupción espiritual” como calificara a una jueza honesta una fiscal absolutamente corrupta. Contémonos el cuento del mundo al revés que ahora divierte la mentira.

Sin embargo este mundo de barro que se construye irá cayendo algún día porque sus bases son débiles aunque hoy pisoteen y se muestren poderosos. Espero que tanta gente valiosa que han contribuido por mantener y pregonar los valores democráticos vea sus desvelos renacer.

 

27 de octubre de 2020

Ausentes de casa


Marc Chagal

A vivir también se aprende y no es fácil. Hay un dicho que reza “vivir es fácil pero no te dejan los demás” Eso sería cierto si entre esos “demás” se encuentra uno mismo. Esa voz interna que siempre está invitando a aguarte la fiesta. Dice Savater que hay personas que todo les resulta tóxico porque se inclinan por vivir en la amargura, viendo constantemente a los otros amenazantes, llenándolos de odios y malas intenciones sin que el otro se entere. Son esos seres que no tienen tema de conversación sino el estar constantemente rumiando sentencias que expulsan sin contemplación alguna. Los seres humanos por estar dotados de lenguaje tenemos la capacidad de evadir la vida de muchas maneras, las más notorias son a través del deseo y la nostalgia.

Dos tendencias que se encuentran mirando en direcciones opuestas, el deseo hacia el futuro, la nostalgia hacia el pasado. Pero aquello que acontece en el presente no se ve, no se le presta atención porque resulta complicado de entender o despierta emociones con la que no se sabe negociar. Convenimos que hay momentos muy rudos, muy difíciles de vivir y agradecemos poder tener dichas coartadas que también ayudan a sobrevivir. Jorge Luis Borges afirmó que la mejor relación que puede tenerse con un país es la nostalgia. Esa firme convicción de que todo tiempo pasado fue siempre mejor. Hoy la mayoría de las personas que me rodean viven suspirando por “aquellos tiempos” y con justicia, el país era más armonioso y también teníamos menos edad. Rodeados estamos de hostilidad y peligro.

La nostalgia como toda evasión porta su veneno. Aferrarse a lo perdido, a lo ausente; revestir ese objeto recordado de mayores encantos de lo que realmente tuvo comporta un encanto que puede ser adictivo. La mayoría de los boleros, tangos y rancheras entonan sus melodías y letras a amores perdidos, fracasos que tantos ratos, con buenos tragos, pasamos y que denominamos “despecho”. Es la forma más usual de vivir un duelo reciente por una despedida. Para luego pasar al deseo de que vuelva a llamar, que me recuerde como yo lo estoy recordando. Asomarnos por la ventana y fantasear que pasará frente a nuestra casa despacio y volteando hacia el balcón. Es que ya comenzamos a ver hacia adelante y probablemente dentro de un tiempo veremos pasar el mismo anhelo con otra cara y otra voz.

Para que haya nostalgia tenemos que haber pasado por un accidente de vida, un acontecimiento que vivimos como una catástrofe. Ese trauma provoca la separación de los tiempos en un antes y en un después. Es un quiebre que nos expulsa a un tiempo vulnerable e incierto, pero que a la larga resulta necesario. Si tardamos mucho en voltear para adelante retardamos la necesaria acción creativa, detenemos las fantasías y el deseo, no sabemos que queremos en lo que se avecina como una etapa que requiere de nuestra invención. El arte es hijo de esta necesidad humana que requiere la vida. Para inventarnos escribimos, cantamos, pintamos, recitamos y nos asomamos a ese espejo donde nos hemos dibujado. Allí tenemos posibilidades de encontrarnos cambiados, en la añoranza nos encontramos perdidos, ausentes de nosotros mismos y de los otros.

Pasa con la vida personal pero también nos pasa como colectivo. En la medida que nos mantengamos suspirando por “aquellos tiempos” no podremos saber qué queremos como futuro porque lo que perdimos, perdido quedará. Tenemos que construirnos y para ello debemos entender lo mejor posible las causas de nuestro fracaso. Porque el verdadero análisis no es sobre los forajidos que se hicieron del poder, es sobre los votantes que le dieron su aval para que nos arrebataran lo nuestro. ¿Qué pensaron? Si es que pensaron. ¿Cuáles fueron las nostalgias o deseos que los impulsaron? Si es que conocen sus emociones. No conozco a uno solo que me haya sabido explicar. La mayoría niegan haber sido partidarios de estos aventureros falsarios. Como exclamó Luis Castro Leiva “Malaya esa hora”. Nuestro pensamiento está constantemente “En busca del tiempo perdido” que Marcel Proust relata en una crónica brillante sobre el ocaso de la aristocracia francesa que dio paso a la Modernidad del siglo XX.

Mientras tanto viviremos con una ausencia de casa, lejanos a lo nuestro y a nuestro deseos.