Justina Kopama
¿Cómo despide uno un año tan lleno de calamidades? ¿De qué manera le desea a los amigos felices fiestas? Infundir ánimos para un año entrante, que comienza pronto, se me antoja como una especie de locura. Volver a repetir nuestras desgracias como un perverso recordatorio de dolores, es un sinsentido. Dar consejos y expresar deseos es como un ejercicio baladí de juegos de palabras. Decidí que lo mejor o simplemente lo que quiero es guardar silencio. Estar callado un tiempo puede ser tan beneficioso para el que habla como para el que escucha. Estamos bajo tiempos de mucha tensión, se me ocurre, demasiado ruido y de muchos discursos repetidos y cansones. Tanta realidad avasalla y más cuando golpea inmisericorde a seres famélicos y agotados. Un batallar perdido en colas para abastecerse de lo indispensable. A lo mejor en silencio comienzan a pronunciarse otras voces que añoro escuchar, las de esos personajes que poblaron mi vida en tiempos mas amables. A lo mejor.
No es un silencio derrotado, no se confundan. Se trata de un silencio de observación, de contacto íntimo, de convocatoria de fuerzas de búsqueda de sosiego. En enero volveremos a nuestras letras, análisis y deseos, que transmitan nuevas combinaciones demandadas por distintas realidades. Es que tengo la certeza que algo esencial se me escapa. Como una roca fantasma, enorme, resistente y terca que impide a toda costa que se asome un porvenir preñado de palabras con significado, ordenado, donde cada cosa lleve su nombre, en donde podamos hablar y entendernos. Donde nombremos para avanzar en conocimiento y no etiquetemos para detenernos. Al etiquetarnos en categorías vacías nos estamos vaciando de lo esencial, y tengo la entrometida intuición de que ha sido parte de esta roca fantasma que no nos permite vislumbrar lo más esencial. ¿Quiénes somos? ¿Qué queremos?
Este tope que se presenta como una imposibilidad, lo que siempre se escabulle a ser captado en la nominación, es lo que mantiene activo el pensar en su afán indagatorio, pero basta por un tiempo, dejémoslo allí tranquilo en su misterio, por un tiempo corto, mientras recobramos el aliento e invitamos al silencio. Decía Heidegger que es el momento de acercarse al ser que la cultura occidental ha ocultado denominándolo. Uno se acerca al ser guardando silencio. “un ser que se da y habla, en y desde el silencio”. ¿No será por ello que comienza a nombrarse a los poetas? El poeta es el que está más cercano a lo esencial, el que mejor capta lo que a mi se me esconde. El poeta “se ve obligado a un decir que solamente es un nombrar en silencio” Se me ocurre que ahora deben hablar los que no nombran, los poetas.
Transitamos una palabrería, pero totalmente exenta de lógica, de allí la sensación de no poder entender. ¿No será más adecuado abordarla sin palabras, romper nosotros también el molde de la razón, de una lógica que nos aprisiona como una chaqueta de fuerza? ¿Es que acaso a lo que carece de lógica se le puede entender desde la lógica? Da vértigo, es como asomarse a la locura. Borde que no es tan difícil traspasar cuando todo conspira empujando. No se trata de una invitación a lo ilógico, se trata de una invitación a un nuevo abordaje del logos, es una especie de repensar por lo que vuelvo a invocar a los poetas. Ellos manifiestan que el leguaje se le impone, que las metáforas asaltan; la belleza no es producto solamente de la meditación, como lo puede ser un sistema filosófico, también brota de la asociación libre que puede ordenar una vida mas acorde con lo humano y el empuje vital. También y sobre todo es, la belleza, la irrupción de la metáfora, la hermosa expresión que sugiere pero que no atropella a la cosa.
Será grato el reencuentro en el 2021 siempre hacen falta.