Arthur Rackham
La sentencia dictada irresponsablemente “solo no podemos” gravita sobre nuestras cabezas como plomo aplastante. Desde entonces se incrustaron dos males en nuestro imaginario, la impotencia y la irresponsabilidad, que nos han mantenido absolutamente inoperantes y siempre mirando al norte. Damos una vueltica y volvemos al eterno espejismo de fuerzas externas haciendo la tarea que irresponsablemente delegamos. Seguiremos dando tumbos y seguiremos encontrando las mismas frustraciones y las mismas dificultades. Pero ya ni siquiera las experiencias enseñan, ese razonamiento elemental que desde niño aprendemos después de un susto desapareció de nuestra lógica elemental. Si vuelvo a meter el dedo en la vela me volveré a quemar. Simple y elemental cadenas de causalidades que suelen no fallar.
Al ser humano desde que nace se le comienza a formar para que conquiste una autonomía en su quehacer y en sus decisiones de vida. Requerimos poder actuar según los proyectos trazados, actuar es ya un poder. Si actuamos es porque podemos hacerlo. Este poder requiere responsabilidad, cada uno de los pasos que damos tendrá consecuencias y antes de darlos debemos saber que de esas consecuencias somos responsables. Ahora bien las consecuencias son privadas o son públicas lo que tiene implicaciones en las responsabilidades que asumimos. Si ocupo un lugar público y decido por otros pertenecientes a la institución que lidero, seré responsable no solo de mí sino del colectivo que represento. El yo no sabía, no me di cuenta o el solo seguía órdenes es de una irresponsabilidad digna de seres que no merecen ni el lugar ni la confianza otorgada por un colectivo. Sucede si y producen mucho daño por lo que deben ser apartados.
La autenticidad de una democracia se mide, entre otros parámetros por esta dupla poder-responsabilidad. Si se exigiera más responsabilidad se le estaría poniendo límites a la adulancia que solo persigue prebendas, se le estaría poniendo diques a la arrogancia, al atrevimiento y a la corrupción. Al poder político es fundamental ponerle límites y uno de los mecanismos esenciales es la exigencia de responsabilidades sin miramientos ni concesiones. Nuestra sociedad ha llegado a tal grado de desintegración que ya no tienen consecuencias ninguna acción por más loca, descabellada y criminal que ésta sea. Vemos ya de todo y no escandaliza de la misma forma como nos paralizaban las primeras acciones bárbaras que comenzamos a padecer. Pienso en el horror que se apoderó de cada uno de nosotros cuando se encontraron asesinados los niños Fadul y su chofer. El país se alzó y gritó su indignación y su dolor. Cuánta agua no ha corrido debajo de ese puente y no reaccionamos con el mismo espanto. Estamos impotentes y sin exigirnos responsabilidades.
Por la pérdida de estos valores fundamentales es que nos encontramos cada vez más lejos de alcanzar la autonomía requerida. Queremos libertad y prosperidad sin asumir responsabilidades, como los adolescentes que se quieren independizar a fuerzas de rebeldías y malacrianzas. Mientras más díscolos se muestran más lejos se encuentran de alcanzar la meta anhelada. La libertad se conquista solo cuando se ha mostrado responsabilidad.
Así como esa seriedad en las decisiones y criterios están primero bajo la evaluación de nuestros padres, quienes nos otorgaran o no apoyo y ayuda, más tarde como Nación la tendremos de la proyección que reflejemos en la comunidad internacional. Respeto y solidaridad vendrán automáticamente por la seriedad como nos tratemos, por la firmeza de criterio que mostremos y por el coraje para llevar a cabo las decisiones; seriedad y responsabilidad en los actos políticos. Si continuamos jugando a la aventura no tendremos respeto de quienes se toman el destino de una sociedad democrática como prioridad y con seriedad.
La primera y más importante traición es hacia nosotros mismos. Es la única traición posible en política, debemos ser solo fieles a nuestra propia y única determinación si el objetivo trazado es la libertad y la autonomía.