3 de marzo de 2020

Es soledad

Andrew Wyeth


En un país muy conocido y no muy lejano se desató una epidemia tan desbastadora que se fue perdiendo toda posibilidad de hacer cohesión entre las personas, de lograr interacciones sociales, se perdió la habilidad muy humana de poder entenderse y debatir opiniones. La población fue quedando sin la capacidad de oír y de interpretar sus experiencias y sus emociones. Nadie se oía, era como si todos estuvieran sumergidos en mundos internos muy borrascosos. La sensación que esos seres producían era la de un gran tormento que no permitía el poder prestar atención y mucho menos interés por el otro. La gente hablaba si y hablaba mucho mientras el supuesto escucha estaba solo interesado en sus propios pensamientos. Apenas uno se callaba arrancaba el otro con un discurso propio y ajeno. No se hacían preguntas y por lo tanto no había intercambios de experiencias, no se compartían ideas.

Todavía se conservaba la apariencia de una sociedad aunque todo fue adquiriendo un aspecto de falsedad. Esto hacia más difícil encontrar explicaciones coherentes del porqué la sensación de abandono y soledad. La sensación comenzó a ser muy extraña y difícil de explicar. Era como  si fuera posible que las personas se ausentaran y sus cuerpos y apariencias continuaran presentes. Allí estaba, sin duda, esa persona tan cercana y querida, que respondía por su nombre y conservaba los mismos rasgos y costumbres familiares, estaba pero estaba ausente. Estaba abstraída, estaba en un mundo no compatible. Hacia como que escuchaba, pero no, no escuchaba puesto que a continuación comenzaba a hablar de algo referente a su propio halago, a su propio interés por escucharse hablar para sí mismo. Pero tampoco se escuchaba, porque nada parecía calmar sus tormentos. Lo que ocasionaba que en cada encuentro se repitiera la misma escena, un mismo guión sin coherencia ni destino.

Se fue perdiendo progresivamente la capacidad de simbolizar y tener contacto con la realidad, ésta se sentía lejana e indiferente. Las personas se tornaron distantes a todo lo que habían sido sus valores hasta entonces, la amistad, el amor, la educación, el respeto, la admiración, el agradecimiento, el dolor por el dolor ajeno, se fueron perdiendo. Se veía lo que se tuvo pero como se ven los objetos a través de los cristales, sin tener acceso, sin poder tocarlos, sin poder acariciarlos, de sentirlos como propios. De vez en cuando se oían juicios, se catalogaba al otro con el desprecio del que se siente abandonado sin percatarse de su propio abandono. Era necesario y de forma urgente comenzar a organizarse para tomar las medidas sanitarias pertinentes. La sociedad estaba enferma y había que encontrar la terapéutica adecuada. Pero organizarse requiere de escucha, argumentos, de estrategia y acuerdos. Con el inconveniente que los llamados a liderar estos operativos habían sido afectados con el mismo mal, no escuchaban y se mostraban torpes.

Se fueron perdiendo las identificaciones apaciguadoras y se sumergió la población en un profundo miedo al perder la noción de quienes eran, qué podían y qué querían, solo un vacío sin respuesta hacía eco con voces amenazantes de imposibilidades. Aumentaba de esta forma los ruidos internos y se acallaban cada vez más la voces de otros. No se escuchaba, no se atendía a la experiencia, no se percibía el fenómeno y se permanecía en una sola y sórdida repetición. Era de esperarse el fenómeno que se desata cuando se deja de escuchar y solo se emiten órdenes. El que deja de escuchar muy pronto se encontrará solo y en tal caso impartirá órdenes que solo el silencio atenderá. No es indiferencia, no es cansancio, no es indolencia, es soledad.

Estamos solos sin presidente y sin oposición. Estamos solos sin un liderazgo racional. Estamos solos sin guía, sin estrategias, sin protección. Solos y perdidos en nuestros laberintos propios.


1 comentario:

  1. Muy buena reflexión compatriota. Yo me atrevo a complementar su artículo, en la parte final del mismo, señalando que tal situación de estar solos sin presidente y sin oposición NO necesariamente nos hace estar solos y perdidos sino más bien una oportunidad para que insurja algo que hace falta en este país: la ciudadanía que es aquella parte de la población capaz de expresarse sin mediadores con intereses específicos sean estos políticos, empresarios o profesionales de la comunicación que se extralimitan en sus roles y solo cabe el contrapeso del ciudadano.

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