21 de enero de 2020

Nos reconocemos o nos matamos.



Porque bien decía Plauto el hombre es el lobo para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quien es el Otro.

Cuando somos muy pequeños pedimos todo a gritos. Cualquier necesidad -hambre, frío, dolor- será reclamada con llanto para llamar la atención del progenitor o de quien esté al cuidado del bebé. De parte del adulto estará el comenzar a poner en palabras lo que le pasa al niño, ¡tiene hambre, hay que arroparlo y cambiarle el pañal! Las patologías más severas se gestan por la incapacidad de interpretar al bebé y como consecuencia no dialectizar a la pulsión. Una vez que tengamos palabras para representar la pulsión esta podrá ser inconsciente, antes será un puro goce, una perturbación del cuerpo. No habrá nunca armonía del goce con el cuerpo, lo que terminará enfermando, acabando al sujeto y acabando las sociedades.

El análisis que se hace de una sociedad y de su tiempo no puede excluir las características del ser humano que las conforman. Los goces humanos cambia según las modas, las épocas y lo que el mundo ofrezca. Suele forjarse una especie de uniformidad y muchas personas querer lo mismo o precisamente quererlo porque el otro lo tiene o lo desea. Las eternas rivalidades, celos, la lucha por el prestigio. No madura nunca el ser humano pero esta época se está destacando por una escasez exagerada de razonamientos y sensatez y un desborde de demanda alocada por satisfacciones a gritos. Nadie se entiende pero como salvajes se lanzan con la mayor iracundia, emitiendo sonidos prelinguisticos y destruyendo lo que a las civilizaciones, al lenguaje y a la cultura le ha costado tanto esfuerzo construir. Esta falta de capacidad elemental no permite la conformación de sociedades. Como no habría familia con todos sus miembros pegando gritos.

Es los que los sociólogos han denominada masas y el clima propicio para los populismos. El mundo que observamos hoy está lleno de rabia, las personas iracundas; en conversaciones sencillas y ante cualquier conflicto se quiere brincar a la yugular y anular a la otra persona, de entrada, antes de dirimir el conflicto por otros medios, que los hay, y no tener que llegar a medidas extremas. Para nada se contempla el daño que se hace excluyendo a una persona de su comunidad sin haber evaluado suficientemente la situación. Por cualquier malentendido se puede abandonar responsabilidades en común con otras personas, ¡me molesté, ahora encárgate tú! Fernando Mires afirma “estamos viviendo una nueva arremetida de los representantes de la anti-sociedad de masas dirigida en contra de los soportes políticos de la sociedad de clases”. Es como si estos seres que hoy conformamos las comunidades no hubiésemos crecido nunca, como si todavía conserváramos un pensamiento mágico y la creencia que con solo necesitar y chillar tendríamos lo que queremos.

Este apego al goce acarrea nuestra muerte y las de las sociedades. Será que ahora se va a vivir en una suerte de revoltijo salvaje con un tirano a la cabeza ordenando que en realidad ese goce sea todo para él. ¿Es que no se le enseñó al ser humano a hablar, a pensar, a posponer, a simbolizar, a construir en común con otros? ¿O fue que se aburrió porque los jugueticos no estaban al alcance de todos y salieron a arrebatarlos? Digamos, los derechos hay que conquistarlos pero haciendo sociedad con otros, conformando instituciones, identificándose con los iguales en sus necesidades, considerando que el otro está igual que yo. No me imagino este mundo que se está levantando donde pareciera que se entienden las identificaciones como camisas de fuerzas. Ya ni siquiera es incuestionable la identificación como hombres o como mujeres, no importa la tendencia sexual que se tenga. Una cosa es la identidad y otro el deseo. Lo último es que ya hay seres que no se sienten hombres ni mujeres ¿Qué se sentirán entonces? Sería interesante saber al respecto, así que les pido como Lacan a las mujeres, háblenme de su goce.

Es parte de lo que pasa también con nuestros políticos. No están hechos de la pasta, ni poseen la entereza y determinación de los líderes de antaño, lo que construyeron e hicieron democracia. Ni siquiera un enemigo común los unió porque al narciso no lo une nada a un otro, es un yo henchido de goce. La mayoría quieren dinero y poder y si el otro estorba bien, lo aniquilan políticamente. De esta nueva generación no he observado a ningún líder que no haya salido modelando y creyéndose vedette o lanzando objeto a una turba enardecida. Espectáculos que avergüenzan y no resuelven nuestra tragedia. Quizás estemos presenciando los resultados de “La civilización del Espectáculo” de Vargas Llosa. Encaminados sin miramientos a la destrucción pareciera que nada es capaz de detenernos.

En definitiva nos reconocemos como humanos o nos matamos.


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