Joan Miró |
El ser humano nunca podrá alcanzar una libertad plena. Es
“sujeto” al otro ante el cual muestra una dependencia que varía en grados y
calidad. Podemos y debemos conquistar un bienestar a través de la emancipación
de ataduras, las cuales determinan un sometimiento a caprichos articulados
agobiantes. La paradoja de esta dinámica es que la peor esclavitud proviene del
propio yo (Superyo) que impone sus ideales inalcanzables y tiranos. “Debes ser”,
“debes hacer”, un yo portador de inefables y autocomplacientes sueños de
grandeza que reclama obediencia y al mismo tiempo nos hace creer autónomos y
con posibilidades electoras. Mientras más maltratado se encuentre este yo, más
dependiente será de sus propias voces emancipadoras. Una vez que fue golpeado
ya no tiene demasiadas opciones, quedará atado a cómo responder a ese maltrato;
de alguna forma hay que responder pero ninguna dejará la situación totalmente
solventada. Es el principal escollo para soluciones colectivas de sociedades
maltratadas.
No somos libres ni siquiera para elegir nuestras propias
ataduras y para tener acceso a un poco de libertad conquistada debemos
integrarnos a una colectividad que obedece, en su tiempo y por su historia, a
una acción lógica. Una colectividad es una sumatoria de sujetos, aquellos
sujetos que la integran, pero una vez constituida adquiere una dinámica propia
determinada por los simbolismos que circulan entre sus integrantes. Una
sociedad maltratada, vejada y destruida comenzará a desplegar respuestas de
venganza, rabia y determinaciones ciegas destructivas hacia los culpables del
dolor infligido. No es posible apaciguar los ánimos, pensar con cabeza fría
para ser más sagaces en estrategias adecuadas para una posible emancipación. Al
contrario, quedamos atados como individuos y como colectivo. De ello se valen
los tiranos para poder dominar a una colectividad.
Reducidos a ser súbditos y con el sentimiento de quedar
sometidos al capricho de deseos perversos. Caprichos perfectamente articulados
en el lenguaje devorador de un comensal descontrolado. Borrachos de poder y
bacanales primitivas de canibalismo. El que se sitúa en la posición de víctima,
el que se siente preso de una trampa imposible de trascender entrega su posible
cuota de libertad y bienestar a seres salvajes que no contemplan límites. Si lo
que quieren es devorarte no te ofrezcas como bocado diría una simple lógica
defensiva. La terquedad, el no reconocer errores, el no retroceder para avanzar
es una de las defensas yoicas de un sujeto maltratado que va horadando cada vez
más hondo su propia fosa. Colectivos enteros que se pierden en los discursos
destructivos y se acercan a la barbarie que combaten. Lo podemos ver con mucha
claridad en los procesos psicoanalíticos de pacientes que sufren por determinaciones
familiares que los atan y los agobian.
Hasta que no consiguen su propio e
independiente discurso quedan atados a su interminable queja.
No seremos nunca totalmente desatados, la salida no es una
total y completa emancipación. Siempre estaremos atados a determinaciones
históricas y discursivas de nuestro tiempo. No podemos ser sujetos de la Edad
Media, ni pensar, ni comportarnos como ellos los hicieron aunque lo deseemos.
Somos sujetos a nuestro tiempo y a determinaciones de nuestra historia particular
y familiar. Nuestros padres fueron nuestros primeros tiranos pero gracias a sus
cuidados y protección hoy podemos pensar y hablar en nuestro lenguaje. Gracias
a nuestra propia y necesaria capacidad de alcanzar cierto grado de
independencia podemos sentirnos únicos e irrepetibles. Si, lo somos pero al
mismo tiempo tan iguales y predecibles los unos a los otros.
Al igual que no podemos ser seres de otros tiempos no podemos
quedar fijados a etapas de nuestro desarrollo precario sin mostrar graves patologías
emocionales. Niños dependientes del deseo perverso de la madre que castra al
hijo y le imposibilita una independencia emocional. Si quedamos fijados a la
rabia que producen los deseos perversos de quienes se proclamaron, sin
autorización, dueños de nuestro destino estaremos obedeciendo a sus mandatos.
La oposición venezolana sensata deberá encontrar su propio discurso y no estar
constantemente a la defensiva o con discursos reactivos de bravuconadas
voluntariosas de inmediatez. Niños, solo niños malcriados o terquedades yoicas
defensivas. Nuestras propias trampas nos han hecho más difícil la cuota de
libertad reclamada y necesaria. Se trata de alcanzar nuestra propia “verdad”
que confirmaría el “error” que nos entrampa.
Y en esta tarea se está solo, no
arranca aplausos fáciles de colectivos desesperados. Es una ingrata tarea de un
verdadero dirigente en horas menguadas.
Difícil tarea, pero posible.
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