Keith Henderson |
Solo cuando somos niños nos gusta oír un mismo y exacto
cuento. Cuando uno le cambia algún evento al cuento ya contado el niño insiste
“no, así no era” y puede repetirlo casi con las mismas palabras. No quiere que
nada cambie, teme a las ausencias y juega para tranquilizarse con el regreso de
esa cara y esa voz tranquilizadora. El niño quiere un ambiente seguro y
protegido, el juego del Fort-Da del nieto de Freud. Los adultos siguen
queriendo constancia en sus circunstancias cuando estas son confortables y
justas, pero cuando el mundo se torna hostil pide a gritos por un cambio. No
desea seguir con el mismo cuento, desea que de cualquier manera se le dé un
giro a ese guión. Es ese precisamente “de cualquier manera” lo que pareciera
que nos conmina a permanecer en esta eterna repetición. Un globo petrificado
con agua en su interior. Nadamos en mares tempestuosos y al tratar de salir a
la superficie para poder respirar nos topamos con muros de piedras. Una pared
infranqueable.
Repetir sin reflexión tiene sus graves consecuencias, produce
cansancio y rendición. Suponemos que el ser humano porque tiene capacidad de
reflexión, de extraer consecuencias y arribar a conclusiones podría cambiar de
alguna forma su proceder cuando se tienen claras las metas. ¿Será que suponemos
mal? Puede ser que esas herramientas que poseemos no las estemos utilizando,
las metimos en un cajón y allí las resguardamos sin uso mientras nos dedicamos
con ahínco a la acuosidad de nuestro
mundo que se ve arrastrado por la corriente. Mientras la mayoría nos
encontramos en situación de sobrevivencia, hay otros que hábiles para obtener
beneficios del desorden, se especializan y con destreza en el arte de la zancadilla, la mentira, y la avidez por el
poder. Y uno se pregunta con perplejidad ¿es que es tan apetecible ser
presidente de estas ruinas? A juzgar por los empujones que se observan en esa
competencia pareciera que sí, que si lo es.
Entonces vamos a contarnos un cuento. Era una vez un país
lejano que fue invadido por huestes extrañas provenientes de otras latitudes. Fueron
invitadas por un grupo de los habitantes de ese país que tenían planes ocultos
ignorados por el resto. Querían robarse los tesoros, riquezas y el bienestar de
sus habitantes. Entraron como invaden las plagas y acabaron con todo lo que
vieron a su paso. Nada quedó en pie, todo les fue cruelmente arrebatado, sus
casas, comidas, colegios, universidades, hospitales, trabajos. Los servicios
básicos colapsaron y en medio de la
oscuridad, de la plaga, la enfermedad y el desconcierto asaltaron sus negocios
y violaron a sus mujeres. La población se defendió como pudo, batalló con valentía
y convicción pero fueron respondidos con balas y traición. Muchos murieron
defendiendo lo suyo y otros fueron encerrados en tenebrosos calabozos,
asesinados y torturados.
Gran parte de la población desapareció, unos salieron a otras
latitudes y otros murieron. Las calles comenzaron a verse vacías, las luces
apagadas, la alegría se tornó extravagancia y ese bullicio de niños saltarines
en los parques o sentados en bellos jardines oyendo al cuentacuentos
desapareció del cotidiano paisaje. Mientras los que permanecieron como conductores
del rescate del espacio arrebatado se dedicaron a contar cuentos y querer que
los sobrevivientes se sentaran a escucharlos. Dicen los que quedaron de esta
debacle que esos cuentos fueron escuchados durante un tiempo pero después se
cansaron, siempre terminaban en un doloroso fracaso con las consecuencias de un
mortal vacío en la audiencia. También comenzaron a desaparecer los espectadores,
ya no se quería ni siquiera escuchar, total para qué un mismo y aburrido
cuento. Esta historia no ha terminado, quizás y por esos efectos inesperados se
comiencen a oír otros relatos. Quien sabe y a lo mejor.
A lo mejor comiencen algún día a entender, a lo mejor
extraigan consecuencias de los actos, a lo mejor cesan las mentiras, las
zancadillas, a lo mejor algún día se reconozcan los errores, a lo mejor se
comience a reflexionar, a pensar. A lo mejor, a lo mejor, no sé si será
demasiado pedir a la vida y sus destinos. No sé si será demasiada confianza en
la capacidad de rectificación que deberían tener los humanos. Mucho se nos ha
inculcado que lo que distingue al ser humano de otros seres vivientes es
precisamente la posibilidad de cambio, de deshacer los errores, es decir de
pensar. A lo mejor es otro mito y el ser humano esté condenado a una misma y
sórdida repetición. No lo sabemos, veremos.
El eterno retorno de no aprender en cabeza ajena... Gracias por tu trabajo, Marina.
ResponderEliminarGracias a ti mi querido Alirio
ResponderEliminarSi los que deberían rectificar no lo hacen pasarán, y tocará a otros hacer un mundo nuevo, ahora la tarea es preservar cada semilla de ese nuevo mundo, espeluznante y lucido relato gracias por escribirlo
ResponderEliminar