Oskar Kokoschka |
En un mundo cada vez más globalizado los seres humanos están
cada vez más aislados. Extraño fenómeno que podemos observar a nivel mundial.
Este vacío existencial fue llenado por las redes sociales que fueron ideadas
precisamente para lograr una comunidad global. En cierta forma lo lograron y
dan la sensación a las personas de estar acompañados por otros seres humanos
que no se conocen. De esta manera los cuerpos quedaron ignorados y con ello la
sensualidad. Unidos por ideas expresadas o por fotos no sería temerario afirmar
que nos sentimos más cercanos con alguien que vive en Japón que con la persona
que comparte una misma habitación. Hoy nos conoce mejor Google que los
hermanos, de allí que nos recomiende lecturas, películas, programas, charlas.
Google conoce nuestros gustos, inclinaciones e intereses. Dentro de muy poco
tiempo nos escogerá pareja y forma de vivir.
Los teléfonos inteligentes, de esta forma, han pasado a
formar parte del esquema corporal. Ya hay costumbre de enterrar a los muertos
con su celular por si algún día se les ocurre comunicarse. Esas costumbres de
sentirse pertenecientes a una comunidad religiosa, política o gremial se han
ido perdiendo porque dichas comunidades se han disuelto. Ya la gente no cree en
proyectos comunes, ya no cree en la cooperación ni en la fuerza que confiere el
actuar juntos por una causa común. El gran deseo es déjenme vivir como quiero y
no se metan, no le estoy pidiendo nada a nadie y todos se equivocan no hacen
las cosas como yo quiero. Si quiero que sea ya, por un voluntarismo absurdo y
peligroso, arremeto con insultos que no argumentos contra el más sensato que se
da tiempo para planificar. Es así como Mark Zuckerberg termina por declarar que
los trastornos sociopolíticos de nuestra época son el resultado de la
desintegración de las comunidades humanas.
Los regímenes totalitarios asesinos, como el que sufrimos, se
explica por nuestra incapacidad de hacer comunidad. Ahora, después de 20 años
estamos más desunidos que nunca. Pero cuando optamos en meternos en este
callejón oscuro en el que fuimos robados, violados, vejados, ultrajados y
asesinados ya habían desaparecido los partidos políticos o estaban altamente
desprestigiados. Tenemos explicaciones muy razonables para ello, los partidos
políticos habían dejado de oír y de ver y, por supuesto, quedaron aislados. Extrañaron
nuestros cuerpos y creyeron que éramos unos robots programables y como robots
actuaron los que salieron a dar sus votos a un aventurero pendenciero. Después
de tantos años estamos en condiciones psíquicas más deterioradas, la ignorancia
y el descreimiento corroen nuestra alma y muestra la población una gran
resistencia en hacer causa común en un intento por trascender tan terrible
malestar.
Todo este escenario y los múltiples errores cometidos por una
oposición al régimen dictatorial hacen titánica la tarea de unirnos en momentos
cruciales. No había acabado de hablar el presidente de la Asamblea Nacional,
Juan Guaidó, cuando ya por tuiter se
podía leer todo tipo de insultos y amenazas. Apostar por un movimiento que
puede tomar relevancia y fuerza por más escéptico que estemos, es solo para
personas con un gran sentido de la realidad y temple, es no darse por vencidos.
Es casi ir a contracorriente. Es como si esa calidad íntima que sentimos
millones de personas manifestando en la autopista de Caracas por salir de esta
pesadilla se hubiese evaporado para siempre. Solos, aislados, asustados nos
agarramos a una idea y la repetimos hasta el cansancio, imposibilitados de
pasar páginas y sumergirnos con pasión en nuevos capítulos. “No para qué, para
volvernos a deprimir con nuevos desengaños, que va mi amor conmigo no cuenten”
mientras inundan las redes suplicando ayuda. Si estamos condenados a morir por
abandono, pelear hasta quedar exhausto nos compele la pulsión de vida. Ese Eros
expulsado del nuevo y árido siglo XXI.
Las palabras nos salen menos costosas, sobre todo sin son
lanzadas con poco esfuerzo intelectual. Pero no bastan, estamos en un momento
de acción y hay que hacer apuestas. Si querido lector, las veces que sean
necesarias, aunque volvamos a salir con las tablas en la cabeza porque puede
suceder que esta vez nos encaminemos y surjan políticas propias para un momento
límite. Total en política nada está determinado, se tienen experiencias de
procesos transcurridos en otros países, pero siempre puede haber
acontecimientos inéditos. Esos hombres que son autores de hechos afortunados en
momentos cruciales son los que llenan las páginas de historia.
Para nada hay que despreciar el poder de las redes. Hoy se
pueden tumbar presidentes o influir de forma decisiva en una elección por las
opiniones en tuiter o Facebook. Si no fuera así, no se darían la tarea, los
laboratorios conspirativos, de estar constantemente influyendo en las opiniones
o enviando informaciones falsas. Son redes importantes a ser usadas con
criterio. No van y no deben sustituir nuestra opinión y análisis de los hechos
por criterio propio y el análisis documentado. Tampoco pueden sustituir la
calidez de los cuerpos unidos en una acción común. No tengo dudas en apoyar a
la Asamblea Nacional y apostar por su sensatez en la conducción de una nueva
etapa que nos toca vivir. Así que una vez más y descreídos nos toca luchar con
acciones de calle. No me voy a rendir quizás por terquedad o rebeldía. Suerte y
éxito es lo que me queda desear a los habitantes de este maltratado país.
Para el momento que termino de escribir estas líneas, la
comunidad tuitera está preguntándose si Guaidó asumió o no como presidente
interino. También hay que sonreír.
Me gustó mucho tu reflexión, Marina: Los alcancea de la globalización de la soledad y la necesidad del rescate de la esperanza. Seguimos leyéndote.
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ResponderEliminarExcelente ,creo que es una realidad global. Digna de estudio
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