23 de octubre de 2018

Tiempo de tormentas



Estoy leyendo el libro de Boris Izaguirre “Tiempo de tormentas”. Un relato de su niñez, sus sufrimientos en la dura batalla que significó su aceptación y el desconcierto que causaba en los otros. Multitudes de experiencias lo sobrepasaron y lo tomaron por sorpresa. No tenía las herramientas para poder asimilar el escándalo que se iba formando a su alrededor. Un niño diferente con sus particularidades muy acentuadas desde sus primeros pasos. El libro, en mi entender, es un homenaje a sus padres, Rodolfo y Belén. Boris no hubiera podido aceptarse a sí mismo, ni hubiese podido asimilar el rechazo de un medio social bastante pacato y temeroso sin estos padres admirables. Su casa era como una isla en medio de un mar infectado de tiburones. Una casa donde se reunían personas de un nivel cultural privilegiado, como fueron sus padres. Enternece y admira la descripción que logra de Rodolfo en momentos difíciles, un hombre con un criterio indoblegable, certero y oportuno. Sin perder su serenidad sabía cuando Boris debía participar en las polémicas que ocasionaba y cuando le pedía se ausentara. Digamos un padre.

Belén más vulnerable y sensible a los posibles daños que le pudieran ocasionar a su hijo, no se inhibía ante ninguna batalla. La defensa y protección a su pequeño era sin medir costos ni titubear ante los señalamientos que otros le hacían sobre los peligros de la libertad y aceptación de las particularidades de un hijo difícil y vulnerable. Porque no solo había que lidiar con la dislexia del pequeño sino también con su carácter histriónico y amanerado. Digamos Boris no nació para pasar desapercibido y a su paso iba dejando a unos perplejos y a otros contrariados. En ningún caso era fácil la función de una madre también muy atareada con su carrera artística como bailarina. Boris participó y disfrutó intensamente de los escenarios, ropajes y excentricidades del mundo de la actuación. Belén no le censuraba nada ni temió por posibles “contagios”. Disfrutaba con su hijo en ese mundo de bellos movimientos. Boris la veía como una diosa del ballet. El amor guió a Belén sin titubeos sobre que debía hacer y cómo. Digamos una madre.

El resultado de una familia con estas características todos los conocemos. Sabemos quién es Boris, que hace, como anda por el mundo con pasos certeros y exitosos. No esconde nada porque nada tiene que esconder y escribe con belleza y sensibilidad. Con un libro de Boris uno se puede reír a carcajadas y también llorar, teniendo la seguridad que también su autor rio y lloró. Boris es tierno y tímido, es bueno y arrojado. Boris es Boris para disfrute de muchos y horror de algunos. Celebro con esta lectura, en cada una de sus páginas, a esos maravillosos padres que cumplieron su función con una seguridad envidiable. En una sociedad que daba sus primeros pasos en la expansión hacia nuevas realidades, pero como que se ha quedado en esos primeros pasos. Parece que lo que pasó es que se zumbó a un mar de confusiones. Porque una cosa es otorgar libertad a los hijos y otra es no ocupar con propiedad el papel que como padres debemos ocupar. No somos amigos de los hijos somos los padres, debemos hacer esa difícil combinación de autoridad, amor y protección. Mucho de lo que vemos asombrados, hijos corruptos de padres que creemos impolutos, se debe a esa blandenguería educativa que nos invadió con una psicología de autoayuda. Falta cultura lo que sobró en la casa de Boris.

Sabemos que el mundo cambia en todos los órdenes. Cambian las organizaciones políticas, cambian las formas como nos relacionamos, cambian las parejas, cambia incluso las formas en cómo se concibe un bebé. Hay familias homoparentales, hay niños que se logran en probetas, hay vientres alquilados, un sin fin de variedades que aún no sabemos con certeza como va transformando la psique humana. Pero hay funciones que hay que cumplir para hacer a un ser humano. No importa quien cumpla esas funciones porque no son de orden natural son funciones simbólicas. Podemos contemplar a una familia tradicional, occidental muy religiosas, muy tiesitas ella, donde nadie anda despeinado ser compendios ilustrados de lo que no se debe hacer. Resultado hijos corruptos, locos, psicópatas, descarriados incontrolables. ¿No está lleno nuestro país de estos elementos? producto de esa sociedad que les hizo dificultoso a Rodolfo y a Belén su transitar con Boris. Hasta se tuvieron que mudar de casa por el revuelo que se armó en su edificio. Y Boris triunfando en los escenarios del mundo.

Sí, es verdad que los hijos pueden sorprender con algunos actos y causar mucho dolor. Pero también es verdad que no somos muy ajenos a esos resultados. Cuando se trata de personajes públicos un escándalo en la familia trasciende la privacidad y hay que mostrarse firme repudiando el acto. No se hace porque tampoco se fue firme mientras se estaba educando. No es el amor lo que se pone en juego son los valores que se defienden. Ame a su hijo corrupto, no hay ningún problema, pero no justifique ni comprenda su mal proceder. Que sepa lo que es la ley ética la cual no se negocia en ningún vínculo de parentesco. En esta sociedad todo es líquido, todo da igual. La mojigatería, el amor mal entendido, el autoritarismo y no la autoridad, el pegoteo, el irrespeto se está comiendo a nuestro país. Los yernos, los narcosobrinos, los hijitos de papá ya era fenómeno alarmante desde la época de las patotas de Caracas. Por ello y mucho más leer este libro de Boris sobrecoge, enternece y llena de orgullo por unos padres admirables y sólidos.

Todo mi respeto por Rodolfo y Belén. Mi gracias y admiración por la valentía de Boris al haberlo escrito, sé que no le debe haber sido fácil.

“Boris prométeme que pase lo que pase con esa diferencia tuya, sea lo que sea que vayas a hacer, no la perderás. No la venderás a ningún precio. No la traicionarás ni la volverás barata. Y no la disimularás” como le dijo Belén y Boris escuchó.

“Belén el niño ya está suficientemente desquiciado para que lo quieras hacer macrobiótico” sentenció su padre. Y Boris se hizo gourmet.

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