A Rosa le era familiar el quedar detenida por largos periodos
en su vida. Una veces porque su pequeño mundo construido se le derrumbaba y
otras por accidente. En todas sintió miedo y en todas sus fuerzas se vieron
considerablemente disminuidas. Una gran batalla debía librar entre una fuerza
que la empujaba a detenerse definitivamente y otra que la invitaba a continuar.
Eran repetitivas las escenas, agobiantes hasta el punto que la vencía el sueño.
Así que cuando era dominada por la parálisis permanecía en una duermevela
particular en la que personajes oníricos poblaban su espacio. Había todo tipo
de gnomos amenazantes, sátiros, vampiros, brujas que aturdían con risotadas
burlonas. Era siempre el comienzo de momentos retadores pero siempre, sin
falla, aparecía un personaje particular que le ofrecía su mano y la invitaba a
irse con él. A dónde no lo sabía y muchos menos a qué. Era desconocido,
enigmático, no hablaba hacía gestos. Su aspecto tenía contrastes, no era bonachón,
no era especialmente severo pero tampoco complaciente. Rosa lo captaba con una
fuerza misteriosa para ella. Optaba por seguirlo, una y otra vez y en cada
experiencia tenía que volverlo a reconocer. Tenía nuevamente que rendirse a ese
brillo particular de su mirada.
Todo comenzó una mañana en la que despertó tranquilamente en
su cama, como era cotidiano. Ese día apenas se incorporó observó el espejo de
su cuarto destrozado, los frascos de perfumes habían sido estrellados con
violencia; un revoltijo de ropas, libros, imágenes y figuras del recuerdo en un
reguero inesperado y que no recordaba al dormirse. Creyó que era una pesadilla,
pero no, era ésta su nueva realidad. Observó su cuerpo y no encontró marcas,
nada le dolía, le dolía el alma hasta intuirla destrozada. Se echó nuevamente
sobre su almohada atormentada con los sonidos de un pensamiento que no pensaba,
que dejaba las emociones solas, desatadas. Comenzó a gritar sabiendo que nadie
oiría sino solo ella que no era otra cosa en ese momento sino un objeto
magullado. No tiene idea de cuánto tiempo permaneció allí acurrucada, no sabe
si se durmió o la garganta se le secó con los gritos y el terror, pero de
repente apareció esa mano a la cual se aferró. La ayudó a incorporarse y salir,
con mucho sigilo, tanteando de su cuarto y de su casa para nunca más regresar.
Allí todo había terminado.
No es necesario explicar lo perdida que se observó en un
mundo desconocido que la invitaba a buscar nuevamente su sitio y su morada. Muy
distinto al hasta entonces familiar, pero no carecía del encanto del encuentro con
nuevos seres humanos y del descubrimiento de irse transformando en una mujer
tan diferente a la que conocía que ella misma fue su objeto de interrogaciones
detectivescas. También un mundo nuevo por conocer y el que se le antojó el más
interesante. Así que la comenzaron a conocer como la mujer ensimismada al haber
adquirido una facilidad enorme para desconectarse y permanecer largo tiempo
escarbando en profundidades y laberintos complicados del que salía al oír una
voz amigable que le decía ¿epa Rosa a donde te fuiste? Volvía, sonreía y
fácilmente se conectaba con la conversación del amable ser que la acompañaba.
Se esforzaba por distraerse hasta que se le hacía imperioso regresar a su
cuarto y permanecer sola y en silencio. Además de ensimismada se le conocía
también como una maga con facilidad para desaparecer de una manera misteriosa.
Sí, es que Rosa fue un misterio para ella y para los otros.
Así la quisieron y la buscaban más de lo que ella en un principio
hubiese querido. Porque si bien agradecía la atención que le prestaban su
necesidad imperiosa era saber en quien se había convertido. Pero también sabía
que sin otros le iba a ser imposible tal hazaña. Pero no podía ser otro
cualquiera, no podía ser otro que la escogiera, tenía que ser otro que ella
descubriera y para ello también tenía que explorar ese mundo que se le antojaba
tan raro. Doble y dificultosa tarea de la que más de una vez quiso desistir
pero siempre la mano… siempre la mano y esa mirada segura y brillante que la
invitaba sin poderse resistir. Así que se vio obligada a asistir a invitaciones que la fastidiaban, a
conversaciones que terminaban por aburrirla, en donde se acrecentaba sus deseos
de soledad. Hasta que un día apareció Luis, allí estaba parado, solo, con un
vaso en la mano, viéndola de lejos, con una sonrisa y con un gesto interrogante.
La observaba, no sabía desde hacía cuanto tiempo, pero ella lo miró y en seguida quiso conocer
a ese hombre. Se paró, también con su vaso y se le acercó. Así como un impulso,
sin dar explicaciones, sin saber qué hacía. Pero a decir verdad a nadie le
extrañó.
Hola
Hola
Al fin te encuentro le dijo una voz ronca, cálida, misteriosa
y profunda. ¿Dónde estabas escondida?
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