El vacío se nos hizo carne, se puede palpar en cada uno de
nuestras rutinas diarias, nos invade de
incertidumbre, miedo y desamparo; el factor principal que está moviendo tanta
fantasía salvadora. Nuestro imaginario volteó hacia lugares lejanos en búsqueda
de un ejército salvador. La natural reacción del que se encuentra secuestrado,
atisbar agudamente cualquier ruido, luz, olor, movimiento que le puedan dar
indicios que se acerca el salvador. Así puede vivir un tiempo con la certeza de
que el momento liberador llegará y felizmente pueda volver a casa y a los
brazos acogedores y reconfortantes. Es su única esperanza. Si somos
espectadores, por ejemplo en una película, deseamos que esto ocurra y
mantenemos nuestros nervios de punta y el deseo vibrante. Todo depende de la
buena fortuna y de seres heroicos. El vacío producido por haber sido anulados
solo puede ser rellenado con una ilusión que ayude a sobrevivir.
Nada extraño, nada que no obedezca a lo profundamente humano. Después de todo es el
mismo fenómeno universal y eterno de la religión, una ilusión colectiva que da
contenido al misterio de la muerte. Cuando sentimos que ya nada de lo que
hagamos, pensemos o deseemos nos aliviará de una realidad que se tornó en
crueldad, tenemos la alternativa de soñar. Es el mecanismo psíquico de toda
neurosis, y entendamos neuróticos somos todos. La diferencia solo estriba en
dos factores. El primero es que el neurótico es creativo pues inventa su propia
fantasía particular y segundo no lo generaliza ni cree que su fantasía es la
realidad, de allí la duda que siempre lo acompaña martillando su equilibrio y
comodidad. Cuando esta barrera se rompe y se comienza a confundir fantasía con
realidad es cuando se deben prender las alarmas y enfrentar la locura. Hay
locuras colectivas y no son tan extrañas, la locura uniformada de los miembros
de una secta son un claro fenómeno ilustrativo.
La libertad consiste precisamente en saberse sin seguro de
vida, por ello produce miedo. La democracia que perdimos por estar creyendo en
fantasías salvadoras y que nos llevó a entregar, sin pudor, nuestro futuro en
manos salvadoras de “iluminados” fue una
apuesta por refugiarnos en una comuna y entregarnos como rehenes a gozar de un
delirio compartido. Solo que la locura mayoritaria arrastró a los que no
queríamos ingresar dentro de estos muros carcelarios y al parecer el juego
sigue planteado. La inseguridad individual se acrecentó, el conflicto entre los
grupos está tomando visos alarmantes sin resolución simbólica en la esfera
política, el poder se deslizó hacia lo real y quien lo ostenta se cree “el
poder” y ocupa con su abultada humanidad el lugar con la certeza de un para
siempre. Aparece el horror ante nuestra mirada y el vacío existencial comienza
a reclamar ser taponado. Estamos ante el real peligro de otra locura colectiva.
Si no nos detenemos y pensamos serán mucho más los años de destrucción,
desprecio y exclusión.
Momento clave en el que no debía tener lugar la derrota, ni
podemos darnos el tiempo para la resolución de nuestras pasiones tristes.
Arrastrándonos, caminando con tanto dolor a cuesta tenemos que rescatar
nuestras fuerzas, las energías necesarias y apropiarnos de las simbologías
propias de la democracia. Ese discurso de libertad y valiente riesgo debe apropiarse
de nuestro ánimo con el contundente “no” con el que nace toda libertad, con la
que nació la democracia cuando le dijo no a los superpoderes monárquicos. Se
trata de una ruptura radical que termine con las referencias últimas de las
certezas propias de los delirios. Es un cambio de discurso, una manera distinta
de ver la vida, que me temo no hemos integrado. He allí la cuerda floja por la
que transitamos, he allí nuestra peligrosa debilidad, perdimos el discurso
político al cual adherirnos y comenzamos nuevamente a delirar.
Si queremos ser demócratas debemos borrar la ilusión de las
certezas. La democracia nos invita a una construcción permanente y a un alerta
constante, no puede ser vivida con ligereza e irresponsabilidad. Como insiste
Claude Lefort se trata de “una indeterminación radical” la distinción y la
semejanza entre nosotros ya no puede ser entendida como se entienden los seres
humanos en los espejos de los mitos, la religión o la naturaleza. La democracia
hace del individuo un sujeto capacitado para “interpretar sucesos, conductas e instituciones
sin tener que recurrir a la autoridad de un juez superior”. Los indicios de que
no estamos pensando con un espíritu democrático están a la vista. Queremos una
autoridad que mande a parar y para colmo externa, una autoridad universal,
justa y buena. Que todo lo ve, que todo lo sabe y es infalible, un dios por más
cara de demonio que muestre, si nos salva bienvenido sea aunque después no
sepamos qué hacer.
No es fácil atreverse a vivir sin aferrarse a creencias
férreas, no es fácil crecer y asumir la mayoría de edad como país. No es fácil
ver la propia cobardía y la flojera que da el pensar, no es fácil construirse
una vida y una sociedad con limitaciones pero cercana a la justicia. No es
fácil asomarse a los propios vacíos sin sentir un frio en la columna y un
temblor en el cuerpo, no es fácil hacerle contrapeso al vértigo. No es fácil la
libertad ni la conquista de la democracia. No es fácil saber que no hay
centinela de razones últimas. Sin poder sostener nuestros propios vacíos e
incertidumbres siempre un totalitarismo estará al acecho.
Otro excelente trabajo tuyo, Marina. Creo que cada vez leo a menos venezolanos, sin embargo tu mantienes esa prosa fina que a mí tanto me gusta. Es una dictadura dura y sin elementos morales que le impidan hacer las más disparatadas crueldades. Como siempre, mis mejores deseos pata ti.
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