Y la empanada desapareció. Fue engullida, tragada, devorada con
solo dos mordiscos. Su devorador, anticipando la satisfacción de la necesidad
instintiva, se relamió como un depredador antes de cazar a su víctima. Salió de
una gaveta, donde no deben estar las empanadas, sin servilleta, sin envoltorio,
sin ningún signo de adorno humano. Sola, desnuda, grasienta, fría.
¿Anteriormente donde estaba? ¿Quién la colocó allí? La trajo en el bolsillo,
probablemente, y antes de posar su abultada figura frente a las cámaras de
televisión la colocaron allí, en la gaveta de un escritorio. Estaba hambriento,
siempre hambriento. Una necesidad que pareciera no se sacia, una necesidad que
la siente como hambre y no se satisface con comida, una necesidad devoradora.
No ha tenido tiempo de configurar un deseo, no hay el rango de la simbología,
no hay la estética con la que el ser humano adorna sus comidas, solo devora
como un animal.
El devorador va tragando todo a su paso. Traga ideologías sin
tener capacidad de digerirlas, se traga a la gente, se traga los deseos
humanos, se traga al país, se traga a sí mismo. Todo queda reducido a la
biología, todo queda reducido a objetos que pueden ser suprimidos e
introducidos a un interior de los propios cuerpos. Nada puede quedar afuera
porque se vuelve amenazante, aterrador. Todos sus actos son desmesurados, no
hay límites, no hay un basta, no hay pudor. Ni siquiera puede ocupar su semblante
con cierto adorno, no, todo es soez. La verborrea, los constantes lapsus, las
incoherencias de un discurso ausente, la figura que destila grasa, los intentos
de juego de palabras que terminan siendo morisquetas y por último la empanada.
Está mal el tipo, está enfermo y la angustia lo devora con la misma intensidad
como él nos devora a nosotros. Esto ya llegó a un nivel de canibalismo, jugando
a los fantasmas se convirtió en un fantasma (Callois), en uno devorador. El
temor es que al quedar devorados pasemos a ser parte de este primitivismo sin
deseos. Ya hay signos, nos comenzamos a devorar.
Se trata de un trastorno de la personalidad importante. No se
puede convivir con enfermos mentales sin tratamiento porque toda la familia
queda infectada y comienzan sus miembros a manifestar los mismos síntomas. Los
anoréxicos-bulímicos son seres encerrados en sí mismos, incapacitados de
compartir porque se niegan al deseo y a la demanda, no quieren nada de nadie.
No piden porque no desean. Seres tristes y desconfiados. Cabe preguntarse si
este terrible mal ha comenzado a esparcirse de manera peligrosa. No queremos
partidos políticos, no confiamos en nadie, no nos alegramos por nuevos signos
esperanzadores, entregados a la destrucción de los muchos espacios construidos.
Entregados a nuestra propia destrucción. Tenemos razón para estar decepcionados
por las numerosas trampas, mentiras y jugadas clandestinas de algunos
dirigentes, es imposible negarlo. Pero querer por ello destruirlo todo ya está
a nivel de la coprofagia.
El ser humano es hambriento de signos, que indican el camino
al deseo. Como Lacan señala no signos cualquiera, “signos con menú” signos de
presencia. El deseo no tiene objeto específico como lo tiene la necesidad pero
es el motor que impulsa la vida. Estamos hambrientos de libertad y justicia y
nos tienen conminado a la satisfacción precaria de las necesidades. A las
necesidades biológicas y sin ningún tipo de estética, como los seres humanos
acostumbramos a revestir los actos propios de nuestra condición animal. Nos
gusta poner una linda mesa, preparar los alimentos con amor y servirlos
apetitosamente. Hacemos el amor en medio de rituales y con ternura. Depositamos
los desechos corporales encerrados y eliminando los malos olores. Por respeto y
porque pertenecemos a un mundo simbólico, porque hablamos y pensamos. Cuando
vemos a personas comiendo de la basura, defecando en las aceras o haciendo el
sexo como animales se nos encoge el corazón porque sabemos que ha sido
degradado y no es respetado o no se respeta
en su condición humana. No somos reconocidos, somos fagocitados. No se nos
reconoce en los deseos individuales, somos reducidos a objetos.
Como Sófocles lo ejemplifica en su Antígona, el sujeto quiere
ser representado en un deseo que no se doblega, no se trata de una emoción
particular e interna no revelada, el deseo se despliega en lo político y en lo
social. Antígona lucha contra una ley impuesta por Creonte por una ética que no
negocia, va a enterrar a su hermano aunque le cueste la vida, como de hecho
sucede en la tragedia. El deseo estructura lo social y lo político porque todas
estas construcciones humanas pertenecen al mundo simbólico, al mismo tiempo que
estructura al sujeto. La necesidad primigenia pertenece al mundo animal, los
objetos están allí fijos para ser devorados, no hay ética, no hay estética, no
hay sujeto, no hay política ni vida en sociedad. Por ello la empanada engullida
en cadena nacional, relamida y sacada de una gaveta es un símbolo de como el
gran depredador nos quiere, como empanadas engavetadas.
Hay signos y símbolos que llegan a marcar un tiempo e incluso generaciones. Otro buen trabajo, Marina. Mis cordiales saludos.
ResponderEliminarGracias Alirio. Saludos cordiales
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