Antes de nacer ya somos nominados. Cuando se espera a un hijo
con entusiasmo, los padres ponen un nombre a la criatura por nacer, nunca se
habla de un feto sino cuando este pierde la vida. Somos al principio un nombre
que proviene de una nada, de un vacío, de una cosa innominada. Pero no basta
portar un nombre, hay que llenarlo de contenido, proporcionarle un peso
específico, apropiarnos de él y sentirnos representados por esa nominación. Cuando
se nos llama por el nombre sentimos ser acogidos, reconocidos por el otro.
Despertamos inmediatamente cuando oímos ese sonido que nos acompaña desde
siempre. Más tarde se convierte en escritura y es uno de los primeros trazos
que nos enseñan a dibujar. La firma nos representa en nuestro ser legal. Un
nombre nos introduce en el mundo compartido, en el simbólico, en el lenguaje.
Un nombre no tiene traducción y debe sonar de igual forma en cualquier idioma.
De allí la importancia de llamarse…Ernesto para Óscar Wilde.
Curiosa la hilaridad que despierta su obra. Dos hombres que
se hacen llamar Ernesto para conquistar el amor de dos mujeres obsesionadas por
casarse con un Ernesto. Confusiones de identidad y diálogos repetidos por ambos
personajes es la esencia de la historia. Situaciones absurdas pero escritas con
magistral gracia. Porque Oscar Wilde es Oscar Wilde un maestro en las letras.
Se hizo su nombre escribiendo, pero escribiendo muy bien. Hegel concebía que
“el hombre no es más que la serie de sus actos” basta un solo acto que se
deslinde de una serie para dejar de ser quien somos y el nombre perder su
connotación para adquirir otra. Un ser correcto puede devenir en asesino y un
hombre “pecador” puede convertirse en Papa (Thomas Mann) Un ser de poca nominación
y prestigio puede devenir “presidente” y un profesor en “traidor a la patria”
cuando es juzgado por seres que irrespetan su nombre escondidos en uniformes,
togas y birretes mal diseñados. También hay cargos, con sus respectivas
nominaciones, ocupados por seres que no tienen nombre para ocuparlos y no
pueden calzar en la dignidad del rango. Como dice el tango de Enrique Santos
Discépolo “Vivimos revolcaos en un merengue en un mismo lodo todos manoseaos”
en el que fue su tango de mayor relevancia “Cambalache” y que marcó historia tanguera
en el siglo XX.
Hay seres como Funes el Memorioso, de Jorge Luis Borges,
incapaces de captar las ideas generales, incapaces de pensar, de establecer
diferencias, de abstraer. De esa forma solo pueden concebir las nominaciones
como los objetos, como cosas, en su incapacidad de deslizarse por
significaciones. Si a esa flor se la llama Rosa es a esa flor y no a ninguna
otra, no hay conjunto, no hay jerarquía, solo inmediatez. Así le sucede con su
nombre al que no fue capaz de darle fluidez en cadenas de significaciones. Es
quedar petrificado en una rigidez; como cosas pueden ser colocados en un lugar
en el que desentonan. Malas caricaturas, impostores sin representación que
haciendo el ridículo pueden hacer mucho daño. El otro en seguida lo capta y es
por ello el empeño en mostrarse con multitudes de destrezas que no posee y que revelan
descarnadamente su torpeza. En realidad sino fuera por el daño que causan
darían mucha lástima. Pianista sin ser pianista, bailarín, clarividente,
deportista, estadista, venezolano, todo absolutamente todo puesto en duda y mal
ejecutado. Su nombre no será recordado sino por lo negativo, por el vacío y el
daño. De hecho cada quien lo nombra de manera distinta y ninguna nominación es
sonora y amable. Pobre ser incapaz de hacerse un nombre. Un ser sin símbolos.
Proust lo describe de manera muy poética “los nombres tienen
en sí mismo una forma, un relieve, una luz” se puede carecer de estos atributos
y ser solo un gris, una oscuridad en el paisaje. Un punto negro que devora. No
lo creemos capaz ni de ser actor de sus propios actos sino una marioneta
mandoneado. Tenemos que lograr la pincelada que recubra este error de nuestro
texto. Hacer que el nombre de Venezuela sea nuevamente asociado a la
amabilidad, al bienestar de un lugar grato, es también nuestro nombre que ha
sido mancillado, usurpado, secuestrado.
Solo nuestros actos volverán a darle brillo al orgullo de ser
venezolanos y en ello debemos ser cuidadosos, decididos, firmes, cautos. Venezuela
nos representa pero cada uno de nosotros le confiere la significación que
deseamos. No nos fatigamos porque estamos en el rescate de nuestro ser y de la
relación con los otros, en el rescate de nuestro nombre, dejar de ser esa
mancha en la que nos convirtieron y que horroriza a los vecinos. Nos tratan
como objetos y por ello violentaron nuestro nombre, quisieron hacer de nosotros
lo que no somos. Como actúan sin relato se olvidaron que hace mucho tiempo nos
dimos un nombre y a ello no hemos renunciado. Quizás esta parte terrible de
nuestra historia nos haga reflexionar sobre la importancia de tener un nombre y
defender con mayor sabiduría el honor de sus significados. Quedarán como
huellas borradas de nuestra historia.
Un nombre propio que nos devuelva la autenticidad y nos sitúe
en la legalidad que nos confiere cada una de nuestras firmas y la voluntad de
nuestros actos. Que nos retorne la importancia de tener un nombre.