Es sumamente importante lo que acabamos de presenciar bajo la
genial simpleza de una raya que encolerizó a los llamados a defender un símbolo
que ya no puede defenderse por sí mismo. Una caricatura que de un solo plumazo
desplazó lo sagrado y lo puso a circular como circulan las significaciones por
las cadenas de significantes. Se pueden escribir decenas y decenas de
cuartillas inspiradas en esa imagen de una fuerza demoledora, podríamos
interpretar de mil maneras su significado pero lo importante de apuntalar es
que de manera acertada se rebajó una insignia pretendidamente sagrada al
terreno de lo argumentable. Se quiera o
no cada vez, de ahora en adelante, que veamos esa firma la asociaremos a la
palabra “muerte” como muy bien señaló Elizabeth Fuente. Es tan espectacular el
estruendo de su caída de un falso pedestal que la “rabo de cochino”
inexorablemente asume la verdadera significación que le dio su representado, la
de un mortal cuya misión fue matar lo esplendoroso y bello de un país, arruinar
a su gente y suprimir las sonrisas de sus niños. Rayma logró de un día para
otro lo que hubiere costado años desmitificar en el imaginario colectivo. Así
que honor a quien honor merece.
El representado de esa rubrica se colocó como se coloca todo
“jefe” de una secta malévola totalitaria, supo hacerlo y vivió solo para
ubicarse en el centro de un circulo de aduladores y desde allí ejercer una
“intangible preponderancia”, como bien califica Hannah Arendt a los personajes
que se hacen del poder para ejercer su tiranía. Para lograr tan maquiavélico
lugar es necesario cubrirse de un manto misterioso, no estar al alcance de las dudas que rodean todo los actos de un ser
humano, moverse sigilosamente manteniendo el semblante de aquel que no se equivoca
nunca y pretender estar a la altura de
lo sobrehumano, para ello debe cuidarse de las intrigas de su cohorte de
primera mano y manejar astutamente las luchas de poder con un conocimiento
instintivo animal. Una monstruosidad que no se observa por primera vez en la
historia de la humanidad sino que por el contrario se repite con una frecuencia
tan abrumadora que sólo por ignorancia, odio, resentimiento o interés se puede
cooperar con un deseo destructor tan claramente manifiesto. Estampar esa firma
era equivalente al zarpazo de un animal salvaje mal herido que los
aduladores aplaudían a rabiar, porque
sin la figura central del “jefe” todos en cambote perderían significado e
importancia, como de hecho poco a poco observamos las han venido perdiendo, no
son nada sin esa rúbrica y esa mirada. Mantener estas insignias intocables es
de vital importancia estratégica, pues bien, una se precipitó a tierra con un
suave y acertado movimiento. De allí que califiquemos este acto como se puede
entender un acto logrado en una cura psicoanalítica, la diferencia estriba que
se trata de un acto que afecta a todo un colectivo y ubica lo humano y sus
manifestaciones en el lugar correcto, hace circular con significaciones lo que
supuestamente debería haber quedado petrificado para su adoración eterna. Como
diría Lacan, fue destronado de la dignidad de la cosa.
Ahora bien, si como población nos seguimos comportando como
seres inmaduros, desvalidos, necesitados de superhéroes que nos protejan y nos guíen
seguiremos siendo víctimas de los cazadores de débiles que ofrecerán, inexorablemente,
lo que no pueden dar, pero que son expertos en simular que poseen el don de la
repartición de dádivas y seguros de todo tipo; veremos aparecer al “vivo” de
turno sólo para ocupar inescrupulosamente
el lugar del padre de la tribu. Y no de
una tribu cualquiera sino de aquellas muy primitivas, sin organización ni
concierto. Ya parece eminente que la caída de los impostores comienza a
observarse, lo que no pareciera muy claro es si nosotros como habitantes de un
país, que desafortunadamente vimos sucumbir a tan peligrosa tentación,
aprendimos algo de los maltratos recibidos o si por el contrario seguiremos
repitiendo los mismos y nefastos síntomas, cayendo una y otra vez en las mismas
trampas y levantando falsos ídolos que terminaran estrellándose nuevamente pero
después de una larga y penosa lucha. Hay que decirlo ese deseo por un líder
fuerte que se imponga, que enseñe sus atributos de macho y que sin voz
temblorosa ni equivocaciones indique el camino “seguro” es una desesperanzadora
señal de que aún seguimos siendo muy infantiles. En lugar de pelearnos por unos
y otros podríamos entender que salir de este atolladero es tarea de cada uno de
nosotros y todo lo que se haga para tal fin es lo correcto, con sus fallas y
aciertos como debe ser porque lo que ya no queremos son personas que se sitúen más
allá de lo terrenal. Una simple caricatura también muestra esta tarea, no solo
nos habla de la representación de la muerte, también nos sirve en bandeja de
plata como se interviene y se actúa adecuadamente ejerciendo una ciudadanía
brillante.
Ahora solo falta la mirada, pero este objeto primario del
deseo, pareciera perseguir más a los que se invistieron con las insignias del “jefe”,
sin el cual tienen la íntima convicción que no son nada, caminan, miran y se
comportan como huérfanos en búsqueda de aprobación. Apelan con verdadero desparpajo a un fantasma
que termina apareciendo como esperpento que los acusa de los torpes
movimientos. La mirada se torna acusadora y contribuye a perturbar más la
consciencia del que quedó para continuar la destrucción, se le ve cada día más
aislado en un mundo interno poblado de monstruos sin la mínima dirección de
como exorcizarlos. Hemos visto también estos fenómenos en la historia, los
traidores al lugar que deberían ocupar en el seno de la humanidad terminan sus
días trágicamente y con comportamientos que revelan fuertes perturbaciones.
Como contraste a este infierno aparecen seres cada vez más dignamente
apropiados de su lugar histórico, más conectados con la sensibilidad y con
ellos mismos, brillantes y con la generosa valentía de devolver a su mundo y a
sus iguales un poco de alivio, belleza y justicia, logrando una sonrisa
colectiva de aprobación y beneplácito en el descanso de una catarsis.
Son pequeños actos los que verdaderamente ayudan en estos
duros caminos y no manifestaciones épicas que alborotan las esperanzas
momentáneamente pero que terminan sumando en la colectividad una angustia más
que combatir para conciliar el sueño. El verdadero acto se reconoce por su
momento adecuado, por su certera manifestación y por el efecto que causa no
solo en su autor sino en el entorno que inmediatamente reconoce y queda
afectado de futuro y liberado de un fantasma persecutor. Una adecuada y justa
interpretación nos regaló nuestra querida Rayma.