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Salvador Dalí |
El totalitarismo se instaura en las certezas de las creencias, se sabe a ciencia cierta como debe de estar constituida una sociedad y hacia donde debe ir. Por el contrario, la democracia se funda en la disolución de las certezas y es el debate constante lo que le imprime carácter y rumbo. En este dinamismo propio de una sociedad viva, en movimiento, van aconteciendo eventos que sorprenden, que no estaban bajo los cálculos de un árbitro, de un individuo o de un grupo, es, entonces, cuando necesitamos reconocer lo que acontece lo que va marcando el rumbo. Vivir en democracia es estar abiertos a nuevas propuestas, a nuevas intervenciones, es un constante movimiento. El poder como insistió Claude Lefort es un lugar vacío, un lugar simbólico, no puede ser ocupado por ninguna camarilla, por ningún individuo que esté constantemente dictando órdenes hacia donde debemos movernos, qué debemos hacer.
Las acciones y pensamientos políticos adquieren visibilidad una vez que aparecen como propuestas de acción y se someten a la prueba de los acontecimientos. De antemano no sabemos si causarán el efecto esperado, pero sin acción sin pensamientos si sabemos que no pasará nada. Así que de antemano le doy la bienvenida a propuestas democráticas con personas conocidas y estimadas como defensores decididos por el cambio necesario, decididos a defender la libertad y los derechos humanos. No hay ni habrá pureza en una lógica independiente de las ideas y del saber humano. No hay garantía más allá del propio riesgo y conocimiento, no hay otro del otro, no hay metafísica divina ni cónclaves de sabios. Hay solo acontecimientos.
Saber que estamos solos y a nuestro propio riesgo requiere valentía, debemos vivir con nuestros propios miedos y con nuestras propias debilidades, no hay redentores. Ante la emergencia de lo nuevo debemos pensar sin ataduras, sin pensamientos fijos, sin las certezas del dogma. Innovar, sorprender y salir del vértigo que produce el vacío de la emboscada. Estamos siendo constantemente burlados y asaltados desde la trinchera totalitaria, brinquemos con iniciativas activas. Iniciativas que comiencen a darle el peso que merece la tragedia social que vivimos, la carestía de la vida y los salarios míseros que devengamos. En este momento quedarse estancado en el dilema de si votamos o no, es suicida.
En democracia, individuo, organización y poder están irremediablemente sometidos a un movimiento constante, no podemos quedarnos petrificados en una sola figura. Si estamos enarbolando la bandera de la liberad es contradictorio que se nos pida servidumbre. Es un peligro que siempre tenemos dada nuestra tendencia histórica de estar adorando figuras políticas. No es la figura del dirigente la que debemos seguir es el pensamiento, la emoción y la lógica que nos marcan los acontecimientos, solo así sabremos la ruta. Lefort sugiere que sufrimos una ruptura en la concepción de la organización social, desde entonces el poder, el derecho y el saber siempre estarán en tela de juicio.
El totalitarismo siempre estará rondando bajo diferentes ropajes porque la apuesta de la democracia es alta para el ser humano, siempre hay que estar combatiendo la tendencia de aferrarse a alguien o a algo. No es fácil vencer la cobardía y la pereza para asumir la mayoría de edad. Para Immanuel Kant, la mayoría de edad se alcanza cuando una persona se libera de la minoría de edad, es decir, cuando es capaz de usar su propio entendimiento sin depender de la dirección de otro. Toda sociedad debe aprender a vivir con sus propias fallas y virtudes parada sobre sus propios pies, remendando sus rupturas, curando sus heridas y actuando y pensando el acontecer.