9 de abril de 2025

Solo los acontecimientos señalan la ruta

 

Salvador Dalí


El totalitarismo se instaura en las certezas de las creencias, se sabe a ciencia cierta como debe de estar constituida una sociedad y hacia donde debe ir. Por el contrario, la democracia se funda en la disolución de las certezas y es el debate constante lo que le imprime carácter y rumbo. En este dinamismo propio de una sociedad viva, en movimiento, van aconteciendo eventos que sorprenden, que no estaban bajo los cálculos de un árbitro, de un individuo o de un grupo, es, entonces, cuando necesitamos reconocer lo que acontece lo que va marcando el rumbo. Vivir en democracia es estar abiertos a nuevas propuestas, a nuevas intervenciones, es un constante movimiento. El poder como insistió Claude Lefort es un lugar vacío, un lugar simbólico, no puede ser ocupado por ninguna camarilla, por ningún individuo que esté constantemente dictando órdenes hacia donde debemos movernos, qué debemos hacer.

Las acciones y pensamientos políticos adquieren visibilidad una vez que aparecen como propuestas de acción y se someten a la prueba de los acontecimientos. De antemano no sabemos si causarán el efecto esperado, pero sin acción sin pensamientos si sabemos que no pasará nada. Así que de antemano le doy la bienvenida a propuestas democráticas con personas conocidas y estimadas como defensores decididos por el cambio necesario, decididos a defender la libertad y los derechos humanos. No hay ni habrá pureza en una lógica independiente de las ideas y del saber humano. No hay garantía más allá del propio riesgo y conocimiento, no hay otro del otro, no hay metafísica divina ni cónclaves de sabios. Hay solo acontecimientos.

Saber que estamos solos y a nuestro propio riesgo requiere valentía, debemos vivir con nuestros propios miedos y con nuestras propias debilidades, no hay redentores. Ante la emergencia de lo nuevo debemos pensar sin ataduras, sin pensamientos fijos, sin las certezas del dogma. Innovar, sorprender y salir del vértigo que produce el vacío de la emboscada. Estamos siendo constantemente burlados y asaltados desde la trinchera totalitaria, brinquemos con iniciativas activas. Iniciativas que comiencen a darle el peso que merece la tragedia social que vivimos, la carestía de la vida y los salarios míseros que devengamos. En este momento quedarse estancado en el dilema de si votamos o no, es suicida.

En democracia, individuo, organización y poder están irremediablemente sometidos a un movimiento constante, no podemos quedarnos petrificados en una sola figura. Si estamos enarbolando la bandera de la liberad es contradictorio que se nos pida servidumbre. Es un peligro que siempre tenemos dada nuestra tendencia histórica de estar adorando figuras políticas. No es la figura del dirigente la que debemos seguir es el pensamiento, la emoción y la lógica que nos marcan los acontecimientos, solo así sabremos la ruta. Lefort sugiere que sufrimos una ruptura en la concepción de la organización social, desde entonces el poder, el derecho y el saber siempre estarán en tela de juicio.

El totalitarismo siempre estará rondando bajo diferentes ropajes porque la apuesta de la democracia es alta para el ser humano, siempre hay que estar combatiendo la tendencia de aferrarse a alguien o a algo. No es fácil vencer la cobardía y la pereza para asumir la mayoría de edad. Para Immanuel Kant, la mayoría de edad se alcanza cuando una persona se libera de la minoría de edad, es decir, cuando es capaz de usar su propio entendimiento sin depender de la dirección de otro. Toda sociedad debe aprender a vivir con sus propias fallas y virtudes parada sobre sus propios pies, remendando sus rupturas, curando sus heridas y actuando y pensando el acontecer.

 

 

 

2 de abril de 2025

Agujeros traga elegidos

 

Hans Kauters


Uno de nuestros problemas es creer que hay conclusiones definitivas en política y que es factible llegar a un final, es decir a un producto terminado. El creer que, una y otra vez, elegimos al líder indiscutible y sabio que nos conducirá hacia ese final. No nos debe, entonces, extrañar que la realidad nos arroje al lodazal del fracaso, a la decepción, devolviéndonos a un principio nunca acabado. Allí, entonces comienza una tristeza que cada vez se hace más crónica. Cómo no vamos a estar tristes y golpeados si somos objeto de una guerra no convencional de exterminio. A ese foso nos zumban con la desfachatez de decir que caemos convencidos de que era necesario para lograr el sistema de justicia y libertad anhelado. Debemos ser sacrificados para la salvación de la nación y la glorificación de un proyecto. Interesante expresión de una pasión religiosa. Como se lamentó Émile Zola en el famoso “Yo acuso” del caso Dreyfus “Las estúpidas pasiones políticas y religiosas ya no quieren comprender nada”.

No, no es cierto. Lo verdadero es que estamos muy cansados, que vemos los tiempos duros a los que nos encaminamos con verdadero temor. Estamos más debilitados en todos los sentidos para nuevamente atravesar una dura tormenta. Hemos seguido tácticas de dirigentes estrechos de mira que, por temor de comprometer su situación personal, de admitir sus errores y rectificar siempre brincan hacia adelante con arrogancia y terquedad. Se nos pide callar y aguantar, se censura la crítica y la libre discusión. Muchos callan por temor a oírse y terminar de aceptar que sus esperanzas fueron nuevamente arrojadas al cesto de la basura de los futuros truncados. Callan, también, por miedo a ser tildado como vendido o traidor. No salimos de nuestra confusión, de situaciones absurdas y angustiosas, seguimos padeciendo el dolor del pisoteo descarado a la razón y a la dignidad.

El sentido de la democracia requiere permanecer abierto a un debate interminable y nadie tiene la última palabra. El que intenta ponerle un punto final a ese debate está de alguna forma actuando de igual forma al adversario, anulando la libertad en favor a la servidumbre. Que se hable en representación de otros sin haber sido consultados es una impostura y una usurpación de voluntades inadmisibles. Mi voz y mi alcance es limitado, pero debo aclarar que no le he firmado un poder a nadie. Que no vendo mi criterio ni mis ideas y siempre manifestaré los desacuerdos cuando los tenga. Estos líderes que han contribuido a hacer más difícil la sobrevivencia de los otros les espera el olvido y el vacío histórico.

Como lo entendió Lefort la democracia tiene un sentido instituyente que no se agota en lo instituido y el contraste con el pensamiento totalitario nos indica el sentido. No es cierto que todo el que manifiesta ser democrático lo sea, los vemos conducirse con la indolencia y la arrogancia del totalitario. En las democracias más que guías o profetas lo que esperamos son eficientes detonadores de cambios. Seres sometidos al derecho, respetuoso del derecho individual y conmovidos con el dolor colectivo. Que no engañen y que sepan que los elegidos, lo que así se creen, terminan ingeridos por los agujeros de sus propios disfraces. Puestas en escenas que tienen un final, siempre baja el telón.

Los daños más difíciles de perdonar son los que se infligen a nuestra dignidad, el haber sido engañados y conducidos a una trampa por un iluminado “poseedor de la verdad”. Debemos aprender que se apoya a un proyecto con una organización estratégica. De los elegidos ya se encargarán los huecos negros de un real no simbolizado que nos trae la realidad.

26 de marzo de 2025

El reconocimiento humano

 

Armand Schonberger


Parece que en general se coincide con la visión de un mundo desorganizado y desalmado. Es como que se estuviera regresando a aquellas épocas anteriores al derecho internacional, como que no hubiésemos conocido la democracia. La vida ha perdido valor y los seres humanos se regodean en la impiedad. Esas emociones propias de los seres éticos ya no se sienten o se ocultan tras deseos menos nobles, como son la venganza, la competencia y las ambiciones personales. A lo que le otorgábamos valor ya es visto como debilidad. Hay quien opina que es un período de transición y puede que así sea, pero sin saber aún hacia donde transitamos. Cuando el mundo nos ofrece este panorama desolador es porque está habitado por seres humanos que decidieron vivir fuera de cualquier convicción del reconocimiento al otro.

El ser humano carece de un instinto gregario, pero al mismo tiempo es un ser desvalido que necesita de otros para su subsistencia. Para poder formar las comunidades que le son necesarias debe ser educado en un compromiso moral, sin una convicción de respeto nos mataríamos los unos a los otros para arrebatar lo que no es nuestro. Hemos venido, a través de la evolución, desarrollando organizaciones que facilitan la vida en comunidad, nuestra naturaleza egoísta y violenta necesariamente debe ser disciplinada. Cuando al fin logramos un sistema (perfectible) equilibrado para una convivencia en paz, decidimos no defenderlo y dejar que los seres amorales se dediquen a destruirlo. Están las democracias bajo un asedio cruel y desmedido, los seres inocentes y desprotegidos están siendo exterminados. Bien porque son asesinados o bien porque son inducidos a albergar sentimientos de venganza.

La vida ética del reconocimiento, único camino para conformar un Estado, la vía que construye sociedades a las que pertenecemos. Detrás de estas sensaciones de pertenencia hay un mar de emociones donde se hace posible el reconocimiento propio y el del otro. Estas emociones se conocen como las emociones éticas, entre la que destaca la piedad. Si no me duele la desgracia ajena, si expongo a los otros y a mi país como blanco de ataque por un simple razonamiento instrumental, entonces no estoy adscrita al pacto fundamental de defensa de lo nuestro y estoy vendiendo lo de todos, estoy vendiendo al país. Así es como se ha venido socavando la base fundamental de unión entre los humanos. No podemos aspirar a una libertad sin tener claro como se defiende, sin tener claro que debo comenzar por defender la libertad del que le fue arrebatada sin tener un delito comprobado.

Los valores no son abstractos ni lejanos, convivimos con ellos nos acompañan cuando razonamos y cuando estamos con otros. Afloran hasta herir cuando presenciamos una injusticia o cuando no nos reconocen en nuestros actos de bondad. Hiere la indignación, la vergüenza, la empatía, todas emociones éticas. Quien no las siente es el psicópata que sabe que el otro puede ser manipulado a través de ellas. Entendamos de una vez que el psicópata no hace sociedad, más bien la destruye. La nación se consolida a través del Estado como el proceso natural del sentir social dentro del marco de igualdad ante la ley y la libertad. El afán por la seguridad conduce a las personas a la necesidad de llegar a acuerdos que preceden a los sentimientos morales e implican la necesidad de reconocimiento, nos recordaba Hannah Arendt.

El arrogante hecho para no sentir miedo, el que sobresale en la manada de los soberbios actúa con la convicción que nadie se le asemeja, pero ni de cerca. No está dispuesto a obedecer leyes que lo limiten. Por ello, entre otras cosas, no mide las consecuencias de sus palabras ni de sus actos.